Infidelidad

Infidelidad

Por: Giovanna Zuluaga

 

Hicimos match por Tinder y hablamos por teléfono un par de veces antes de encontrarnos. En nuestra primera salida bebimos un ingenuo café y conversamos de temas sin importancia: el trabajo, el clima, nuestras parejas, hacía cuánto tiempo vivíamos en Cartagena y cosas así. La conversación fluía, así que me atreví a confesarle que mi novio había matado la pasión en el sexo, para él todo debía ser programado y aséptico: los martes en la noche, después de un baño meticuloso, con sábanas limpias y en la posición del misionero. Él, por su parte, reconoció que para ser infiel no necesitaba un motivo, solo una ocasión.

Para el segundo encuentro, planeamos ver una película a media tarde. Tenía ganas de verlo y estaba tan nerviosa que prefería, sin duda, ese ambiente tranquilo donde no tenía que mirarlo a plena luz ni contestar con elocuencia sus preguntas. No tengo idea cuándo comenzó a gustarme y más aún cuando comencé a desearlo, pero allí estaba, temblando como una adolescente en su primera cita. Nunca había contactado a nadie por esa red social, tal vez porque su objetivo es conseguir relaciones sexuales con desconocidos. Y yo solo había sido infiel en mis fantasías, sin pasar aún al plano físico. Mi único intento de infidelidad, hasta ese momento, había sido cuando pocos meses atrás le mandé la mano a la bragueta al conductor de Gabriel, uno de los asociados de la empresa para la cual trabajo. En esa ocasión, mis planes habían sido frustrados por Victoria, una compañera con la que bebí unos tragos esa noche. Cosas del destino supongo.

Aquel jueves, nos encontramos después de las tres de la tarde en las inmediaciones de un centro comercial poco concurrido. Hasta ese día no nos habíamos tocado, salvo el beso de rigor en la mejilla al saludarnos y despedirnos, o un roce casual. Sin embargo, ya habíamos pensado en tener sexo, no lo verbalizamos, pero la insinuación flotaba en el ambiente, ambos lo sabíamos y lo deseábamos. A pesar de eso, me fui para la cita con toda la inocencia, sin pensar que ese día pasaría algo entre los dos, ni siquiera me cambié, mi sencilla ropa de trabajo no llamaba la atención, aunque imagino que mi cara delataba muchas cosas.

Me saludó con un beso en la mejilla, pero lo noté diferente a la cita anterior, fue completamente eléctrico, cargado de insinuaciones, ganas y deseo. Sentí en ese momento que ambos queríamos abrazarnos y besarnos, pero no era el lugar, algún conocido podría vernos y eso no nos interesaba en lo más mínimo.

Entramos a la sala de cine la cual parecía alquilada para los dos; salvo un par de almas solitarias, era toda para nosotros. Nos sentamos hacia el centro de la sala y estuvimos conversando a medias unos minutos más, mientras la película iniciaba. Yo apenas podía articular dos oraciones seguidas y miles de frases se me agolpaban en la lengua, como si tratara de decir una palabra que de repente se me había olvidado. Me maldecía por ser tan tonta e imaginaba cómo me vería él en ese momento, en lo que podía pensar de mí. Cosa extraña, pocas veces en la vida me había importado lo que otra persona pensara de mí, hasta ese día… y justo me comportaba como colegiala, como cuando a los catorce años me gustaba mi profesor de inglés.

Me moría por decirle muchas cosas y por hacer otras tantas. Decirle que lo deseaba, que quería estar a solas con él y explorar nuestros cuerpos con besos y caricias. Quería besarlo en ese momento, aferrarme a su delicioso labio grueso inferior, no podía esperar más. Por suerte, apenas apagaron las luces, él me ayudó acercándose un poco más a mí, momento que aproveché para aproximar mi boca a la suya. Me sorprendí a mí misma besándolo, nunca había dado un beso, siempre el hombre había dado el primer paso, pero me encantó propiciar ese momento mágico y eléctrico. Un corrientazo delicioso que no sentía hacía años recorrió todo mi cuerpo. Fue un beso tierno y sensual a la vez; nuestras manos se encontraron al igual que nuestras bocas que estaban felices de conocerse.

Después de ese largo beso, vinieron muchos más, cada uno más delicioso que el otro. Si me preguntan la trama la película no sé responder, trataba de concentrarme y no podía, intentaba poner fin a la situación y mi voluntad no respondía, parecía anestesiada con sus suaves labios, con su aliento, con las yemas de sus dedos en mis manos y en mi cara. Cada poro de mi piel lo deseaba, gritaba cuánto anhelaba sentirlo por completo y en privado.

Con la poca cordura que me quedaba, me separé un poco de su boca, cosa que me costó mucho trabajo. Traté entonces de concentrarme en la película, aunque un ojo estaba puesto en la pantalla y el otro miraba su perfil. Su mano que entrelazaba la mía se desvió y comenzó un movimiento lento y suave en mi pierna. Sus dedos juguetones acariciaban la parte interna de mis muslos subiendo despacio hacía mi cada vez más caliente cueva, cubierta por el pantalón y una prenda más. A esas alturas todavía pensaba que en realidad habíamos ido allí solo para ver una película.

Mi respiración era cada vez más agitada y él lo notaba por su codo en mi vientre el cual sentía las inevitables vibraciones de mi cuerpo bajo su mirada exquisitamente sensual y su cálida mano. Con timidez me animé a acariciar una de sus piernas y luego con suavidad su miembro por encima del pantalón. Se adivinaba tieso y ansioso.

Odiaba la ropa que tenía puesta. Mi yo exhibicionista deseaba estar en falda, sin ropa interior, que me acariciara con sus manos directamente sobre la piel y llegar al orgasmo ruidosamente, delante de todos. Habría dado cualquier cosa por poder liberar su miembro y acariciarlo piel a piel, o incluso darle una repasada con mis labios. Pero me contuve, quería ir mucho más allá, aunque me sentía intimidada al saberme rodeada y a lo mejor observada. De estar en la última fila de seguro me habría atrevido a propiciar alguna locura, pero al tener espectadores atrás, mi educación religiosa y mis tabúes no me lo permitían.

Estábamos casi a punto de explotar cuando me hizo una pregunta liberadora, aunque difícil de contestar dada mi condición de mujer comprometida. Me preguntó si quería seguir ‘viendo’ la película o si me podía secuestrar. Sentí algo extrañamente placentero cuando dejó entrever su deseo sexual hacia mí, sin promesas, sin mentiras, sin daños a terceros, solo sexo en su más pura e infinita expresión. Y en mi alma de débil niña, que escondo por ahí, eso me encanta.

Tardé en contestarle unos minutos que se me hicieron horas; me invadían sentimientos encontrados. Temía decir sí, temía decir no y me quedé callada mientras pensaba y sopesaba las dos opciones porque cada cosa que hacemos siempre trae consigo una consecuencia. A la hora de la verdad dije que sí, con timidez pues era lo que realmente deseaba. Y dándome un beso me dijo: «vámonos antes de que termine la película». Nos besamos y acariciamos de nuevo en la puerta de la sala de cine; mi imaginación voló y casi le propongo irnos para un motel temático, pero él tenía otros planes. Me tomó de la mano y me arrastró hasta el baño de hombres. Confieso que al estar allí me sentí presa del pánico, pensé incluso en salir corriendo como una loca y olvidarme de todo, pero no fui capaz y no quería.

El amplio baño para discapacitados nos esperaba y, al saberme a solas con él, mis miedos se disiparon por completo y me entregué a lo que estaba sintiendo. Como dice la canción, la culpa fue del primer beso, después de ese beso no pudimos parar y allí estábamos, quitándonos la ropa el uno al otro, con el nerviosismo natural que se siente cuando se está con alguien por primera vez.

Ya semidesnudos empezó a acariciarme sin parar, a encenderme con sus besos en la parte superior de mi cuerpo. Sus ojos verdes me traspasaban, sus manos parecían multiplicarse para abarcar más y más piel, y su lengua dejaba rastros indelebles sobre mí. Minutos después, él estaba recostado en la pared y yo de rodillas entre sus piernas con la punta de su magnífica verga en mi boca y mi mano tratando de acariciarla un poco más abajo. Casi me daba miedo tocarla, la besé incluso con torpeza y, a pesar de todo, pagaría por ver de nuevo la cara que puso cuando se la estaba chupando. Me incorporó para besarme en los labios y compartir así su sabor. No recuerdo en que momento perdí mi ropa interior.

Apoyé las manos en las frías baldosas, sus dedos se apoderaron de mi cueva cálida y sus labios de mi cuello. Deseaba sentirlo dentro de mí y entonces se lo pedí en un susurro. Después de tantear un momento la entrada, por fin me penetró. Que deliciosa sensación estar invadida por él, enchufada a su delicioso miembro, sintiendo las embestidas de su cuerpo. Nuestras caderas iniciaron un movimiento lento, buscándose, intentando acoplarse más y más, de manera rítmica. En el espejo junto al lavamanos, mis ojos recorrieron su cuerpo griego y con cada repasada se entendieron, comprendieron y envidiaron.

Minutos después, me sentó en el inodoro y nos masturbamos al tiempo, mirándonos a los ojos, él parado frente a mí hasta que estallamos en una explosión de sudorosa sensualidad y calentura. Fue glorioso cuando se derramó en mi vientre. Luego, con mi dedo índice probé dos pequeñas porciones de su delicioso néctar. Lo habría tomado directamente del envase, pero siempre he preferido las bebidas frías. Esa tarde me sentí sensual, descarada y muy deseada.

Me fui a casa con su olor en mi piel y no quise bañarme al llegar. Fingí un dolor de cabeza ante mi novio para que mi mirada y mis labios rojos de adulterio no me delataran. Me acosté acariciando mi vientre impregnado de su leche y recordando con una sonrisa clavada en mi cara todo lo que había pasado.

Él fue puro pecado, sexo exquisito en su más natural y peligroso esplendor. Me dejó loca, mirando para el norte… y para el sur, el este y el oeste también. Fue terriblemente masculino, entretenido, desvergonzado y sexy. Como diría un viejo amigo de gusto cuestionable: «me lo serviría cualquier día de la semana».

Nos mentimos al decir que nos volveríamos a ver, aunque, a decir verdad, hasta nos inventamos nuestros nombres.

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