OJOS VERDES

OJOS VERDES

Por: Alvaro Vanegas

 

Jota logró construir una prospera carrera como modelo, pero era algo que en realidad lo había encontrado a él y no al contrario. Con su perfecta piel blanca, casi 1.90 de estatura, músculos marcados sin necesidad de pasar horas en un gimnasio y ojos verdes cautivadores, nunca se había planteado otra posibilidad, pero, en su fuero interno, se sentía incómodo, fuera de lugar. Estaba convencido de que su misión, su razón de ser, era otra. Por otro lado, tampoco tenía idea de qué podía ser aquella misión, así que por el momento intentaba gozarse las fotografías, las esporádicas apariciones en series de capítulos unitarios, la película cómica que le acaban de ofrecer, las citas con mujeres que hacían parte de la fantasía de millones de hombres y, por supuesto, el dinero.

Pero la vida pasaba muy rápido, a toda velocidad. Gracias a su apariencia y a su risa fácil, Jota viajó por todo el mundo, tuvo toda clase de encuentros sexuales con personas de todas las formas, razas y tamaños; y probó todas las drogas que le pusieron enfrente. Sin embargo, aunque todo lo disfrutaba, nunca terminó de sentirse satisfecho, así que, cuando una semana después de su cumpleaños número 29, el mundo se vino abajo, en cierto modo lo agradeció, pues él, en realidad, no tenía un plan B y no lograba imaginar cómo soportaría el resto de su vida. Muy dentro de sí, sabía con certeza que, si no ocurría algo extraordinario, se suicidaría en menos de un año. Y en efecto, sucedió, algo enorme que cambió todo y a todos. Ahora la vida se reducía a buscar comida y refugio, pero, en especial, se reducía a matar a la mayor cantidad de zombis que fuera posible. Era como hacer parte de un videojuego y para Jota no había mejor forma de vivir. La posibilidad de mandar toda su vida al carajo y empezar de nuevo como un solitario cazador de zombis –y es que ahora contaba con el pretexto perfecto para prescindir de cualquier compañía– era justo lo que había soñado siempre.

Tuvo una racha de buena suerte más larga que la que él mismo había imaginado. Pero entonces llegó el día en que se confió demasiado, no pudo escapar y fue mordido. Ahora Jota hacía parte de la horda de engendros que recorrían las calles en busca de carne humana.

Al principio se sumió en un estado de extraña consciencia de existir, pero sin tener un real control sobre lo que hacía, pues las ansias asesinas eran gigantescas. Por pura suerte –ahora lo sabía– no había sido exterminado como la alimaña que era en varias semanas. Y pasó el tiempo, y con este, adquirió más control y, en especial, más habilidades. Ahora podía detectar el olor de un humano vivo a kilómetros y sus movimientos eran tan rápidos que ninguno de ellos podía escapar. Si Jota detectaba a una pobre mujer famélica que intentaba resguardarse en los escombros de un edificio en ruinas o, a un hombre incauto con la fuerza diezmada por el cansancio y la deshidratación, intentando hacerse de algún arma contundente para defenderse, esa pobre o ese incauto no tenían la menor posibilidad, terminarían siendo la cena de Jota, sí o sí. Y Jota disfrutaba de cada gramo de carne, de cada mililitro de sangre tibia. Eran un elixir sublime que, en vida, no habría podido apreciar. Poco a poco, además, empezó a convertirse en parte de la Unidad, en un trozo pequeño de algo enorme y que crecía todos los días. No lograba definir aquella entidad, pero podía percibirla en su carne putrefacta y actuaba como una especie de regenerador, algo que lo conectaba con la escasa humanidad que restaba de él y lo hacía más fuerte.

Así vivió –o malvivió– durante años, al punto de tener clarísimo que él no era él, era solo parte de aquello, y aquello iba engullendo a cada partícula de vida, y tarde o temprano sería Todo. Hasta se cruzó en el camino de un vivo que se movía con la velocidad del pensamiento y que, sin mayor dificultad, terminó con eso que Jota, sin articular palabras –pero sí pensamientos cada vez más coherentes–, llamaba existencia. No importa, tuvo tiempo de pensar antes de apagarse definitivamente, la pasé bien.

 

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