Oh no ¡zombis!

Por: Bryan Arjona

Creíamos que estábamos seguras en este lugar azotado de hormigón y barrotes…pero, ese sueño se derrumbó.

La vida en El Buen Pastor había pasado de ser una condena eterna, a una oportunidad, una esperanza de seguir vivas. No importa si cometimos asesinatos, robos, suplantación de identidad, negocios ilícitos; no importan ahora esas fallas o pecados realizados afuera, es decir,  en el mundo de antes. Cuando la ley nos puso aquí a todas, cada una compartíamos la idea de escaparnos. Sin embargo, después de los eventos, decidimos convertir esto en nuestra fortaleza.

CAPITULO I

Esa mañana lluviosa se encontró el cuerpo de la guardiana, V. Dávila, tirada en el baño de la planta baja; justo a dos habitaciones cerca de la mía, la 206. Tres guardias llegaron a acordonar la escena. La prisión cerró sus puertas. No dejaron entrar a ningún visitante, tampoco dejaron salir a nadie; como ordenó “La
Patrona”, la jefa de seguridad de esta cárcel, la mismísima Luly Bhosa. Una mujer alta, rubia y ruda de unos 35 años de edad y de cuerpo robusto debido al levantamiento de pesas desde su adolescencia. Nadie se atrevía a llevarle la contraria, por su carácter determinado. Todas fuimos remitidas a nuestras celdas, mientras se llevaban el cadáver de la chica cubierto entre las más sucias y apestosas mantas que hemos visto.

CAPITULO II

Han pasado seis meses desde la infección. En las calles podridas y grises de Bogotá, reinan esos seres asquerosos, sin misión ni dirección. De hecho, creo que pude ver desde la azotea, al maldito del Narco ex-presidente Álvaro Uribe Vélez, en su trajecito de corbata todo trajinado, manchado y tieso de la sangre de otras personas y comiendo como carroñero infectado de la carne descompuesta de un cuerpo en un andén. Esa misma noche que murió Dávila, las noticias
hablaban sobre ciertos saqueos en los pueblos cercanos a la prisión, y también, ellos hacían advertencias sobre el comportamiento violento de algunos ciudadanos que atacaban sin razón a los demás. El invierno se instaló un par de meses atrás. En nuestra fortaleza ya no queda comida, ni elementos de aseo ni medicina. Durante un corto tiempo, permitimos la entrada de la gente cercana del barrio. Les dimos asilo, pero se iban enfermando poco a poco hasta que se
convertían en esos horrendos entes sin sentido, causando daño a los demás. Por lo tanto, fuimos sellando algunos bloques de la cárcel. Así, que, cuando alguien mostraba los síntomas de la conversión, lo asesinábamos de manera individual o en grupos. Sí. eliminábamos a las personas que habían sido infectadas o mordidas; ellos y ellas aceptaban la ejecución sin oponerse, pero el gran problema que no tuvimos en cuenta, era que con cada disparo a la cabeza que les dábamos, la sangre de ellos nos salpicaba y nos entraba en la boca, o en los ojos; error que pronto mostraría las consecuencias. El rostro del demonio.

CAPITULO III

Sólo quedamos, “la Patrona” Bhosa, “La morena” y yo, de setecientas almas que habitaban en este fuerte. Esta mañana hemos decidido abandonar la prisión para ir en busca de otro lugar donde encontremos al menos comida.

– ¿Estás segura que salir de noche es lo más indicado? –pregunté a Bhosa.

– Da lo mismo. Tendremos que atravesar el barrio, y es igual de oscuro de día que de noche. –responde “la Patrona” con total
seguridad.

Bhosa, algo asustada se acomoda su sombrero de oficial y asiente lista para partir. Dejamos la prisión El Buen Pastor atrás. La espesura de las calles nos petrificaba del horror, pero, seguíamos avanzando. Los murmullos sin sentido de los no muertos, se escuchaban, y de pronto, un par de ellos lograron vernos en la oscuridad, y se lanzaron por nosotras a toda velocidad; las tres corrimos como nunca en nuestras vidas. “La morena” se iba quedando atrás.

– ¡Corran, sálvense, por favor! –las últimas palabras de ella hicieron eco dentro de la cuadra.
Sin más, un grito se escuchó y dejamos de correr. Presentíamos lo que había sucedido, y que ya no nos seguirían.

Teníamos armas; “la Patrona” una escopeta, y yo una pistola, pero, ninguna tenía municiones ya. Llegamos a la autopista cubierta de cadáveres podridos, por lluvia y humedad. El olor era insoportable. Ambas no pudimos evitar vomitar. El sonido los despertó, no eran cuerpos sin vida. Una ola de hediondos se levantó a nuestro norte, y sur. Corrimos nuevamente, pero el camino se hacía difícil, los brazos débiles de los hambrientos que estaban en el suelo nos jalaban haciendo nuestros pasos más pesados. De la nada escuché un -clic- y observo hacia atrás:

– Es tu turno de salvarte. Gianna. ¡Huye! –me grita “La Patrona”, mientras sostiene una granada en su mano.
Su mirada lo decía todo. Me apresuré a alejarme antes que estallara el artefacto. Una fuerte explosión se desató en la autopista; la onda me lanzó lejos al igual que cientos de podridos, que volaban conmigo por los aires, entre llamas, y esquirlas.

Desperté sobre el asfalto, húmedo y tibio todavía. Las gotas de una próxima tormenta acariciaban mi rostro avisándome que corriera, que me ocultara mientras pudiera. Lo entendí todo. Yo estaba empapada de vísceras, sangre añeja y pedazos de carne vieja. Me levanté y me uní a ellos, en su andar hacia cualquier sitio por la vía. A los lejos, pude divisar un lugar con luces de neón rojas y verdes; un bar tal vez. Una motocicleta, o un auto podría encontrar allí. La esperanza me invadía…pero, algo me estaba pasando. Sentí el sabor de esa sangre sucia correr por mi garganta. Comencé a sentir escalofríos, y mi vista comenzaba a arder. Una furia incontrolable, sin misión, ni dirección, nacía en mi interior. Me revisé, pero no estaba herida.

¡Salta!

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